Notas. Parte 1.

Quizás estoy pasando por una de esas épocas de crudeza. Después de que siento el miedo, me llegan estos momentos. De claridad. Y dolor. Pero claridad sobre todo.

Creo que compartí tres años de mi vida con una persona que creí conocer más de lo que realmente conozco. Por alguna razón me engañé un poco. Y no es que esté haciendo un juicio de valor, ni mucho menos. De hecho me hace bien darme cuenta de que entiendo menos de lo que creo entender.

Mi forma de amar es sincera. Es apasionada, entera, cálida. Hermosa y agobiante. Dolorosa. Transparente. El día que amo, no hay dudas. Se siente por todos lados. Ocupa todo el espacio y todo el tiempo.

Y de repente hoy me puse a pensar. Fui ingenua. Durante todos estos años estuve intentando sentir eso mismo. Pensé que quien me acompañaba era como yo. Error.

 No era así. Nunca fue así.

Cuanto ego de mi parte. ¿Por qué esa idea de que hay una forma de amar? Ilusa. Inexperta.

Me hundí en el mar de la histeria, de las dudas. De las idas y de las vueltas. Me desgasté en su tibieza. Esperé, en vano, la llegada del amor abrasador.

Confundí complejidad con sensibilidad. Confusión con sentimiento. Gasté mi energía admirando un misterio ficticio.

No hay profundo en la superficialidad de un laberinto.

Lo complejo es simplificar.

Qué bueno es darme cuenta que todavía no agoté nada. Alivio. Mil formas de amar me esperan. Guardo esta como una más.

Fin de la nota:

Me gusta ir sola al cine. Lo voy a hacer más seguido.

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